Fuera de lugar
Hace unos días me preguntaron que había pensado de la ultima exposición que vi.
“No me gustó” fue mi respuesta rotunda, una que había esperado mucho tiempo ser dicha, sentí alivio.
La verdad es que había evitado pensar en el tema luego de salir aquella vez del museo. Me dije que no era mi tema, que la vi en mal momento, que estaba “interesante” …
Interesante… que dice tanto como un “está bien”, de esos que se acompañan con un punto final y una sonrisa con los labios apretados.
¿Por qué me había costado tanto trabajo decir algo que era claro, qué en mi alma se sentía correcto?
Sé que ese es uno de mis museos favoritos y, por supuesto, tengo una gran inclinación a pensar que todo ahí es etéreo… Siempre que paso por sus salas no puedo evitar sonreír, aun cuando veo las pinturas que menos me gustan, me gusta cuando veo que hay una pieza nueva en la sala, sacada del archivo, colocada para que alguien más que el fantasma de la bodega pueda verla. Juro que ese museo tiene vida y que por eso me pierdo entre sus pasillos y termino en salas distintas.
Sí. Ese museo que vive en mi corazón y que lo visito cada que puedo, porque entre todas sus piezas de calladas sorpresas puedo encontrarme, aún si visito sus exposiciones temporales porque me gusta verlo vivo, verlo ser el anfitrión de amigos a los que quizá encontraré o encontré ya en otros lugares en otro momento.
Y pienso que tal vez fue eso… que me enamoré de una de esas visitantes temporales y que ahora que su espacio esta ocupado por un mosaico que “está bien” no puedo evitar sentir una gran desilusión.
A la persona que me preguntó no pude decirle esto, claro, y, si bien, la exposición no me gustó, no por eso evité explicarle el orden de la exposición, la temática, el inicio cálido y el final avasallante.
Sin embargo, ahí queda.
Y yo me quedó con la nostalgia de lo que hubo antes, esperando que haya algo después que honre ese precioso lugar.
En fin, sólo algunos pensamientos de viernes por la tarde antes de ir de nuevo a otro museo.