El vacío y el todo en una canción

¿Alguna vez has sentido como si las canciones tocaran una fibra tan delicada que sientes que podrías comenzar a deshacerte en cualquier momento?

Y no… no me refiero a las letras tristes y deprimentes, hechas justamente para causar esa terrible sensación de desesperanza.

Hay algunas que parecen jalar una cuerda en ti, una que se expande por tu cuerpo, mueve tus manos, pasa por él, se vuelve ligero y sientes que podrías elevarte con un soplido.

Hay otras que te susurran al oído y te provocan ganas de inclinar el cuello, poco a poco, aguardando el beso de un amante y tal vez llega, tal vez no… Sin embargo, en la espera sientes que acarician tu corazón, lo estrujan con el más exquisito de los pasajes, y en ese instante se abre un agujero, se expande, te absorbe poco a poco hasta que te vuelves nada… Entonces, otra nota, otro acorde y es apenas un bálsamo, una caricia a lo que quedó de ti, a tu propia inexistencia.

La canción termina y desearías que en verdad todo se hubiese consumido.

Quizá sea tiempo de hacer una pausa, pero el álbum sigue.

No me sorprende la sensación de mareo y vacío luego de eso, la terrible necesidad de escucharla una y otra vez, pero sabemos lo que pasa cuando cedemos a ello. La frialdad, continuar, esperar, el aturdimiento de la pérdida…

¡Oh, la música! Esa deliciosa música que aviva y consume, la más dulce de las agonías.


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Esa extraña obsesión mía por las flores pintadas